Derivas Urbanas

Derivas Urbanas
“Caminar no nos lleva en principio a ninguna parte luego nos permite llegar a cualquier lugar.”

12 ene 2017

Un paseo por Paterson y William Carlos Williams

Para Queca, texto por texto:

Keizai Eisen - Etapa 19. Sesenta y nueve estaciones del Kiso Kaidō 



Antes de ayer, hablando de la película Paterson (2016) dirigida por Jim Jarmusch, y la poesía de William Carlos Williams, comentamos la importancia del lenguaje poético para un artista visual.
Humboldt proponía el viaje como método y hablaba de como problemas insolubles a los geólogos del norte, encuentran solución en el Ecuador.
Siempre me han interesado las conexiones interdisciplinares, y si en un mundo cada vez más especializado, logramos de vez en cuando levantar la vista de nuestro pequeño laberinto, podríamos confiar en que muchos problemas relacionados con las artes visuales, adquirirían nuevas dimensiones a través de los otros sentidos. El sonido de los colores, oír la luz, melodías del paisaje, música del arroyo, el sonido del frío, el color de los olores… en última instancia, ver es dotar de sentido y dotar de sentido, incluye ampliar los sentidos.

La falta de sentido, la duda e incomprensión que mostramos en general ante el lenguaje poético, nos incomoda. Quizás sea, porque no leemos poesía y la poca que llega a nuestras manos son versos sueltos de aquí y allá, incluidos en algún otro texto.
Quizás sea, que sencillamente no le damos tiempo y aquí me refiero también a las características que subyacen al paso del tiempo, los ritmos de la vida y lo transitorio. Pienso que una clave importante para enfrentarnos al "sentido poético" nos llega de la pintura y poesía oriental China y Japonesa que a su vez beben del budismo Hindú.

La primera cuestión es estructural, tiene que ver con lo que no se ve, el vacío, en el caso de una obra visual, o lo que no está escrito, el silencio, en la obra poética.  Es una cuestión de elección, se toma una decisión sobre como describir un objeto o una situación para llegar mejor a la transmisión de una sensación, a un estado emocional mucho más complejo que las partes.
La belleza, la paz, la serenidad son términos inefables, solo se llega a ellas por alusiones a lo que esa lo que se alude, a lo que esto ve o lo que no estsueltos de aqude sus publicaciones comoriente en su devenir, en sus tareas cotá implícito, pero nunca es mostrado. Sin embargo y ahí radica la paradoja del lenguaje visual y poético, un conjunto de palabras e imágenes sencillas, naturales y cotidianas como las montañas, ríos, rocas, nubes, flores, escarchas, copas de vino, botellas vacías, escobas de barrer… son trastocadas en sus relaciones habituales, sonido, perspectiva, movimiento, y es, a través de éstas nuevas relaciones y contrastes, por la que se llega a reconocer una humanidad tal que nos armonizan con el universo.
Me refiero a eso que no permite ningún comentario, ningún añadido, ninguna explicación, que se basta por sí mismo, porque la precisión del lenguaje lo ha depurado de tal forma, que ya nada sobra ni nada falta.

Queca, en nuestra charla te hablé, de que para encontrar sentido a la película de Jarmush, nos puede ayudar la poesía China, algo tan distante en el tiempo como los clásicos del período Tang, los poetas Wang Wei, Du fo y Li Bai.
De nuevo el "viaje Humboldt", permíteme compartir aquí, contigo, una muestra de sus poemas, solo unas pinceladas de una obra mucho más extensa y profunda que a mí me ha servido de referencias para acercarme a otros fenómenos mucho más contemporáneos..
Wang Wei (701-761), fue poeta y pintor, sus Poemas del Río Wang recogen un viaje por el río con su amigo Pei Dei. Su obra es un magnífico ejemplo de  fusión entre lo íntimamente humano y lo intrínsecamente natural.  Nubes y atardeceres se hicieron mis amigos (poema 140) La Montaña vacía

Ascensión
El caserío anidó en el acantilado.
Entre nubes y nieblas la posada:
Atalaya para ver la caída del sol.
Abajo el agua repite montes ocre.
Se encienden las casas de los pescadores.
Un bote solo, anclado. Los pájaros regresan.
Soledad grande. Se apagan cielo y tierra.
En calma, frente a frente, el ancho río y el hombre.

Li Bai (701-762), fue un poeta que hizo del viaje su modo de vida.

Ante el monte Ching-t´ing

Pájaros que se pierden en la altura.
Pasa una nube, quieta, a la deriva.
Solos y frente a frente, el monte y yo
No nos hemos cansado de mirarnos.

y Du Fu (712-770), pasó la mayor parte de su vida exiliado y huyendo. Su poesía evoca la fugacidad de la belleza, influyendo enormemente en Japón.

En la tormenta

Viejos fantasmas, nuevos.
Zozobra, llanto, nadie.
Envejecido, roto,
Para mí solo canto.
Andrajos de neblina
Cubren la noche, a trechos.
Contra la nieve, el viento.
Mi copa derramada;
Mi botella, vacía;
Ceniza, el fuego. El hombre
Ya no habla: susurra:
¿A quién decir mi canto?

Ya en Japón mi poeta preferido es Matsuo Bashō, poeta de la segunda mitad del siglo XVII, escribe varios diarios de viaje, Carretera estrecha hacia el Gran Norte, Las sendas de Oku. Son cuadernos en el que se narran las descripciones de las etapas del viaje, junto a dibujos, reflexiones y series de poemas.

Octavio Paz escribe una anécdota en la introducción de su traducción al castellano:
“El poeta Mukai Kyorai (¿1651-1704), uno de sus discípulos, explica mejor que yo el significado de la transparencia verbal de Basho. Un día Kyorai le mostró este haiku a su maestro:

Cima de la peña:
allí también hay otro
huésped de la luna.

¿En qué pensaba cuando lo escribió?, le preguntó Basho. Contestó Kyorai: Una noche, mientras caminaba en la colina bajo la luna de verano, tratando de componer un poema, descubrí en lo alto de una roca a otro poeta, probablemente también pensando en un poema. Basho movió la cabeza: Hubiera sido mucho más interesante si las líneas: “allí también hay otro/huésped de la luna” se refiriesen no a otro sino a usted mismo. El tema de ese poema debería ser usted, lector.”

Amante de las sutilezas y las veladuras:

Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.

La realidad para Basho es algo más que lo que vemos: es lenguaje:

Admirable
aquel que ante el relámpago
no dice: la vida huye…

La idea del viaje está presente en toda la obra de Basho, un día antes de morir escribe este poema:

Caído en el viaje:
mis sueños en el llano
dan vueltas y vueltas.

Aunque muy anteriores en el tiempo estos poetas participaban plenamente del espíritu viajero y de la sensibilidad a los fenómenos cambiantes de la naturaleza.
¿A que nos suena?
Obviamente a las reflexiones que tenían lugar en el seno de las artes en occidente desde el romanticismo al impresionismo.  Estas características van a cruzar las artes visuales, la literatura y la poesía llegando hasta la música.

Sin salir de Japón, recordemos la influencia que tuvo en la modernidad pictórica occidental el acceso a los grabados japoneses del periodo Edo, sobre todo a las series de Katsushika Hokusai Treinta seis vistas del Monte Fuji (1823-1833) o los 15 álbunes de Manga (1814-1878). También las Sesenta y nueve estaciones del Kiso Kaidō serie de Utagawa Hiroshige y Keisai Eisen (1834-1842) en la que se describen las 69 postas o estaciones que hay en el camino de Kisokaido que une Edo con Kyoto.

Un aire fresco llegó a occidente de las representaciones del ukiyo-e, o paisajes de un mundo flotante. Las estampas presentan la vida -tal cuál es-, descrita sin constricciones. Sus temáticas tienen que ver con la vida cotidiana y su discurrir. Los protagonistas son gente corriente en su devenir, en sus tareas ordinarias en sus acciones y en sus tránsitos. El tiempo aparece de manera literal, el paso de las estaciones con las tormentas de nieve y viento del invierno, las lluvias de primavera, el otoño y los tranquilos atardeceres del verano. El clima, siendo parte consustancial de la vida, se superpone sobre las escenas, independientemente de su temática.
La otra cualidad del tiempo, lo temporal, se refleja en las largas series que recrean acontecimientos, historias, leyendas, viajes o sucesión de vistas de un mismo lugar, como las ya citadas Treinta y seis vistas del Monte Fuji de Hokusai o las Series de las Ocho vistas de Omi de Hiroshige.

Así el paisaje ya no es un objeto solo de contemplación, es una construcción simbólica donde lo humano entra en la escena. Las ideas románticas de lo sublime y  el paso del tiempo, sufren una transformación de ventanas o cuadros fijos y estáticos, a acciones transformadoras para el individuo. Y es a través de la experiencia sensorial del viaje y del movimiento, como el viajero-caminante ve modificada su percepción del paisaje.

En este contexto, aquí en occidente surgen las sociedades de excursionistas y artistas como Constable, Turner, Friedrich, Corot y la Escuela de Barbizon: Rousseau, Millet y Daubigny, saliendo del estudio a pintar a plein air. Escritores y poetas  como Hölderlin, Goethe, Novalis, Boswell, Johnson, Wordsworth, Byron, Schelle , Shelley, Coleridge, Rousseau, Chateaubriand , Stevenson, Thoureau, etc. se hacen eco de estas ideas, salen a caminar y nos lo cuentan.

Este tipo de experimentación con el paisaje natural, se va intercalando a su vez, con un interés creciente por el bullicio y el movimiento de las multitudes en la gran ciudad. Destacando autores como William Blake, London, (1793), Edgar Allan Poe, The Man of the Crowd, (1840) Charles Dickens, Night Walks, (1861), Charles Baudelaire, Le peintre de la vie moderne, (1863) y Thomas De Quincey, Confessions of an English Opium-Eater, (1886) y pintores como Manet, Bonnard, Toulouse-Lautrec, Cassat, Cézanne, Degas, Renoir, McNeill, Monet, Van Gogh, Pissarro, Gaugin, entre muchos otros.

España también participa de esta corriente europea con pintores como De Haes, Riancho, Beruete, Regoyos, Sorolla, Zuloaga, Rusiñol, Casas, etc. Ellos transforman la manera de ver nuestros paisajes, en diálogo con Giner de los Ríos y la  Institución Libre de Enseñanza, que con sus excursiones a la Sierra de Guadarrama proponen una educación que dé a conocer y amar nuestros paisajes. Ortega y Gasset también nos habla de una geografía sentimental. Unamuno, pide hacer de los paisajes estados de conciencia, donde se dé una reciprocidad entre el paisaje y el espíritu y escribe ¿Piensa la montaña?  Machado se refiere a una geografía emotiva, y Azorín escribe que Castilla ha sido hecha por la literatura.

¿A dónde nos conducen éstas digresiones Queca? 
 
A que como artistas visuales tenemos que dar una oportunidad a la poesía para que sea significativa, lo mismo que al paisaje. Podemos encontrar soluciones en ella que como decía Humboldt, pueden explicarnos mejor esa construcción que es el lenguaje en nuestro campo. El lenguaje poético nos enseña que un recorrido lento posibilita el descubrimiento, la atención, las relaciones mínimas, los equilibrios no explícitos y la exactitud, esto sirve también, como nos enseña William Carlos Williams para un paisaje Alpino o para el paisaje de mi cocina.
Carlos Williams tenía una mirada pictórica, lenta, tan precisa en el detalle, para saber como saben el dibujante o el pintor, que no hay que decirlo todo, que la realidad es una síntesis y que es más importante significar una tensión o un contraste que una enumeración de contenidos.
Traigo aquí un fragmento de Paterson, Libro Uno, II
El cogió un prendedor del suelo
y se lo colocó en su oído, girándolo
dentro-

La nieve que se derretía
caía desde la cornisa de su ventana
90 golpes al minuto-

El descubrió
en el linóleo, a sus pies, un rostro
de mujer, se olió las manos,
fuertes por la loción que acababa de usar,
lavanda,
giró su pulgar

sobre la punta del dedo índice izquierdo
y la observaba caer cada vez,
como la cabeza

de un gato que se lame su pata, oyó el
evanescente sonido del limado: de
tierra sus oídos están llenos, no hay sonido
Decía Pessoa que un paisaje no es lo que vemos sino lo que somos, podríamos extenderlo a un cuadro, a un poema, o a la película de Jarmush, con esa mínima historia de un conductor de autobús de nombre Paterson, en un lugar llamado Paterson que habla de un poemario titulado Paterson de un poeta, William Carlos Williams, que nació y trabajó como médico en Paterson.

Utagawa Hiroshige - Etapa 18. Sesenta y nueve estaciones del Kiso Kaidō 

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